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¿De dónde viene la consciencia?

Ricardo Pulido

 

Director de ASIA Santiago

“El hecho de experienciar, de ser consciente, no está claro que sea un producto, un derivado, algo que surge gracias a la biología y su complejidad.”

Que la experiencia está condicionada por la biología es bastante claro. Lo que experimentamos depende de nuestro cuerpo y complejidad biológica. Las lesiones cerebrales, por ejemplo, son una prueba de ello.

Normalmente este es el argumento que dan neuroscientíficos para suponer que la consciencia no es sino un derivado de la materia (biología). [Consciencia, alma, espíritu, experiencia… para esta reflexión tomémoslos como sinónimos].

¿Y quién podría negarlo? El libro de Oliver Sacks, “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” está lleno de casos impresionantes de alteraciones de la percepción y la experiencia tras alguna lesión cerebral.

Pero… pero… el gran asunto no es “Qué experimentamos” o “de qué podemos ser conscientes”. El gran gran asunto es “como es que ocurre el hecho de experienciar”, “el hecho de ser consciente”. Lo damos por sentado… que experienciamos, que somos conscientes. No importa si la experiencia que tengamos sea o no ajustada a la “realidad” o sea una distorsión o una falla perceptual: aun cuando confundamos a nuestra mujer con un sombrero, tenemos experiencia, somos conscientes de un sombrero.

Y este hecho, el hecho de experienciar, de ser consciente, no está claro que sea un producto, un derivado, algo que surge gracias a la biología y su complejidad.

Meditar, en alguna medida, es dejar ir todos los contenidos complejos y sofisticados del experienciar (todas las construcciones mentales y las estimulaciones sensoriales) hasta alcanzar una quietud en la que entramos en una experiencia muy mínima, el mínimo posible de experiencia, por así decirlo. Y en esa experiencia pasan muchas cosas, pero la que a mí más me sorprende, es que se hace muy evidente y se muestra patentemente que la experiencia, en sí misma, es un hecho y que la experiencia tiene, siempre, dos aspectos: se da en forma de saber y de sentir a la vez… siempre que experimento, experimento algo de lo cual sé (me doy cuenta) y siento. Independientemente de cuál sea el contenido de lo que siento (a veces una respiración, una sensación, una parte del cuerpo, un ruido, etc.)

Este saber-sentir mínimo, primario, no podemos afirmar que provenga de la biología. No hay ninguna evidencia que lo pruebe. Bien podríamos hacer el ejercicio, el juego, de pensarlo como el inicio de la vida, el principio organizador que da vuelo a todo el devenir biológico: un saber-sentir originario, primario.

Esto no implica suponer que sea divino, ni que sea creado por un dios, ni nada por el estilo. Simplemente, supone que en el inicio no sólo se da la materia que, complejizándose y por pura causalidad, da curso a la vida y que de la vida, otra vez por pura casualidad, surge la experiencia, la consciencia. Pero sí implica suponer que la vida –y cada uno de nosotros– no es solo una casualidad sin sentido, un juego indiferente de átomos y electrones, sino un saber-sentir primario que pulsa no tan solo para mantenerse con vida (subsistencia) y reproducir su especie, sino que pulsa para comprender-se, pues en cuanto principio, existe desde siempre, sin saber porqué ni para qué, pero existe –se sabe y se siente– y busca los caminos para saber cuál es su sentido.

¿Qué nos cambia personal y socialmente si nos pensamos primariamente como saber-sentir que busca sentido y no como materia compleja? ¿Habría alguna diferencia si el Logos (la capacidad de saber/sentir) fuera primaria y no un derivado azaroso de una materia indiferente?

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