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Las resistencias en la práctica meditativa

Ricardo Pulido

 
 

Director de ASIA Santiago

… Buscamos algo más que la salud y el bienestar. 

La felicidad que buscamos no es solo eso, es también significado, comprensión y realización de las profundidades y superficies de nuestra existencia.  

Uno de los aspectos centrales de la práctica de meditación es poder mirar y trabajar con las dificultades. Esta es una de las indicaciones que los instructores normalmente damos a los practicantes. Se anima a que puedan mirar qué les está pasando con la meditación y las otras prácticas, a que no se desalientan con pensamientos de que no lo están haciendo bien por no conseguir un beneficio o un estado esperado. Se les pide que abandonen sus expectativas y puedan aceptar cada una de estas dificultades: practicar en y con las dificultades.

Estas dificultades pueden ser muy diferentes. Entre las más comunes que me ha tocado experimentar en mí y observar en otros se encuentran: actitudes derrotistas (“no estoy a la altura de esto… no sirvo”), actitudes críticas hacia la práctica (“esto no sirve para nada”) o hacia uno mismo (“otra vez eres incapaz de estar atento”), impaciencia, dolores físicos, inquietud e incomodidad por el silencio, imposibilidad de mantenerse quieto, sueño, falta de determinación y esfuerzo, ansiedad y miedo al empezar a tomar contacto con el propio sentir, nerviosismo y alarmismo frente a sensaciones desconocidas, confusión y sentimientos de estar perdido en el silencio y la inmovilidad de la práctica. Son obstáculos pues generan el impulso reactivo de abandonar la práctica, de dejarla ir, de tirar la esponja ya sea de ese momento específico o, si se van sumando y sumando, de abandonar la práctica definitivamente.

Por eso es tan importante trabajar con ellos, pues son por así decirlo las aduanas que hay que atravesar sí o sí para ir profundizando en la propia experiencia. Pero es una práctica difícil pues apunta a aceptar precisamente lo que no nos gusta, lo que normalmente evitamos y preferimos no experimentar. Su potencia no sólo se encuentra en el hecho que al acoger la dificultad uno se reconoce tal cual está siendo con todas sus limitaciones y por ello se vuelve capaz de “avanzar” y superar la dificultad con humildad y paciencia (en lugar de negar o evitar la dificultad y de tal modo nunca llegar a traspasarla), sino que es además un modo de observar y trabajar los obstáculos que por lo general nos aquejan en la vida cotidiana, en nuestra relación con los otros con uno mismo y el mundo. En una frase: la relación que estableces con las frustraciones y momentos desagradables de la meditación, es exactamente la misma que sueles establecer con cada una de las dificultades que se te presentan, se te han presentado y se te presentarán en el curso de tu cotidianidad.

Cuando el trabajo con las dificultades se hace con constancia y compromiso, las transformaciones personales son realmente sorprendentes. He observado el cambio de personas que tras un año de práctica intensa y seria, aceptando y reconociendo sus bloqueos, sus reacciones defensivas automáticas, sus conclusiones y prejuicios tan arraigados y por años incuestionados, se han ido liberando de ellos con sólo mirarlos lúcidamente, sin necesidad de analizar ni pensar en sus causas, sólo tomando contacto con ellos sostenida y pacientemente. Estas personas han podido dar enormes saltos de crecimiento y desarrollo personal, superando situaciones traumáticas, depresiones crónicas de años, vacíos existenciales y muchos malestares y frustraciones interiores de distinta naturaleza.

Sin embargo, en los años que llevo enseñando la meditación, me he podido dar cuenta que este tipo de trabajo sólo lleva a buenos frutos cuando el meditante se ha comprometido seriamente con su práctica. Este es el grande desafío que tenemos los instructores de meditación en la actualidad: lograr que se los alumnos se involucren y se comprometan con una Vía de práctica y no solo con un curso o una capacitación de herramientas y tips de bienestar. Conocemos la potencia sanadora y liberadora de la técnica y el método. Sabemos que la meditación es una vía de sabiduría, conocimiento interior y liberación. Pero a diferencia de las técnicas y métodos de nuestra medicina moderna, su potencial pasa por el sujeto que la pone en práctica, no por un experto (médico) que interviene sobre un individuo pasivo (… y a diferencia de las psicoterapias modernas, el método, la técnica es extremadamente simple, clara, sencilla y económica). Esto es importante tomarlo en cuenta: nos hemos acostumbrado a que los métodos o técnicas funcionen independientemente del sujeto que los pone en práctica. Esa es la garantía de la ciencia y la medicina: prescindiendo de que sea Pedro, Juan o Diego, aplicando tal o cual protocolo de investigación o de cura, en condiciones equivalentes se alcanzan los mismos resultados. Con la meditación no es así: una persona puede estar horas inmóvil, sentado, con atención plena en la respiración y hacer esto cada día, durante años sin que ocurra ninguna transformación profunda de su ser.

Entonces el trabajar con los obstáculos tiene sentido una vez que hay un compromiso serio con la práctica. Antes de que se haya instalado la importancia de la práctica en la vida de una persona, es poco probable que frente a las dificultades la persona permanezca en la práctica en lugar de ponerla en duda. Las personas tienen  buenos motivos para ser lo que son… por eso, deben tener mejores motivos para dejar de serlo. Si la práctica no se ha instalado desde un lugar de sentido profundo, en el monto de la dificultad, siempre será más poderosa la fuerza del automatismo, de la inercia, de lo conocido. Este es entonces, a mi modo de ver, el gran desafío que tenemos por delante los que estamos enseñando la meditación: sintonizar con un espacio profundo del individuo donde la práctica haga sentido y sentido radical; y creo que este sentido no puede ser solo terapéutico…

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