“Si la vida moderna ya capturaba nuestra atención haciéndonos funcionar en “piloto automático” la irrupción de Internet, su adaptación a los dispositivos móviles (teléfonos y tablet) y sobre todo la aparición de las redes sociales ha llevado esta asincronía a una escala mucho mayor, al punto que podríamos decir que han generado una nueva dimensión donde estar distraídos”
Recuerdo haber leído alguna vez que en una conferencia le preguntaron a un destacado maestro budista qué significaba la meditación esperando como repuesta una mega charla metafísica y él con sencillez respondió algo así: “cuando camino, camino; cuando como, como; cuando duermo, duermo”.
La mente viaja entre el pasado y el futuro, situaciones ficticias, conflictos, problemas a resolver, planes, remembranzas y un sin numero de situaciones, ecuaciones, tiempos y lugares. El Mindfulness nos enseña a través de la meditación y otras técnicas a calzar –como el ejemplo del maestro de más arriba–, aunque sea solo por instantes, nuestro cuerpo con nuestra mente de manera de poder tomar conciencia del momento presente. Esto es especialmente significativo en este trance histórico que vive la humanidad y, por ende, para todos nosotros en nuestra cotidianeidad en que estamos abrumados de estímulos, tareas y carreras.
Si la vida moderna ya capturaba nuestra atención haciéndonos funcionar en “piloto automático” la irrupción de Internet, su adaptación a los dispositivos móviles (teléfonos y tablet) y sobre todo la aparición de las redes sociales ha llevado esta asincronía a una escala mucho mayor, al punto que podríamos decir que han generado una nueva dimensión donde estar distraídos. Poniendo sólo un ejemplo: ¿Cuándo viajamos en el metro dónde estamos realmente? Es cosa de observarnos a nosotros mismo o a los otros pasajeros usando nuestros dispositivos: conversando por whatsapp, jugando a un juego, viendo un video, posteando en facebook u otro. Incluso amigos, parejas, padres e hijos que van juntos en el vagón, cada cual está “en lo suyo”.
Las empresas de redes sociales, todas ellas corporaciones privadas buscan legítimamente lucrar. Su producto es el usuario y sobre todo el tiempo que este destina en verter su mente en esas aplicaciones: Twitter, Facebook, Instagram y otras. Es tan evidente este intento exitoso de captura mental que buena parte de las funciones básicas de estas redes como son recibir un “like” o una notificación, ser etiquetado, etc., están cuidadosamente estudiados desde la psicología y la neurología para ser deliberadamente adictivas.
En otro plano, está el dilema comunicacional. Nuevamente en la lógica de retener nuestra conciencia el mayor tiempo posible, estas compañías nos conectan con lo que nosotros queremos ser conectados. Esto es fantástico para saber en que están nuestros seres queridos, pero también en entregarnos casi exclusivamente información sobre lo que ya creemos o pensamos. Lo expuesto anteriormente se define como alienación y ya abundan los estudios que demuestran que tanto individual como colectivamente el “social media” nos encierra en el reforzamiento de nuestras propias creencias, mostrándonos lo que queremos ver o sea homogeneizándonos a nosotros y nuestra realidad. Esto es exactamente lo contrario a la conexión y el diálogo. En vez de comprender, moderarnos y ecualizar nuestras creencias frente al contacto con el que piensa distinto endurecemos nuestras trincheras y posiciones al punto de creer que nuestro mundo es “el” mundo. La preocupante polarización política en Estados Unidos, Brasil, Europa oriental y en verdad en todo el mundo parece tener mucho que ver con esto.
Si los adultos que conocimos un mundo sin internet vivimos el día pendientes de las notificaciones la situación de los niños y adolecentes que han nacido en este sistema es mucho más delicada. Existe –al parecer- una correlación directa entre el auge de las RRSS y el suicidio juvenil, sin contar aberraciones tales como el creciente auge de las cirugías plásticas para igualarse a los filtros ofrecidos por Snapchat, el cyberbullyng, etc. En el difícil debate sobre la regulación de estas plataformas la demanda número uno tiene relación con evitar la exposición temprana de los niños pequeños.
Todo indica que estamos en el primer capitulo de una historia muy larga, las leyes que puedan protegernos como individuos de los efectos de lo expuesto se ven lejanas y de dudosa efectividad, por otro lado, la tecnología y las mismas redes sociales miradas como instrumentos pueden ser usadas benévolamente a nuestro favor como elementos de real comunicación e interacción con otros, no creo que debiéramos caer en el facilismo de condenar la tecnología per se como aquellos ciudadanos de inicios del siglo XX que vieron el inicio del cine como un aliado de Satán.
El mindfulness también puede ser una alternativa a la mera reactividad, no es necesario alejarse de las aplicaciones, podemos seguir siendo ecuánimes en ellas, tomar conciencia de qué estamos haciendo, estar presentes en el momento que posteamos, respondemos e interactuamos. No es fácil, la dinámica algorítmica trata de condicionarnos pero así como intentamos estar despiertos en el plano real también podemos estarlo en el virtual.
La meditación puede ser un camino, una pequeña ancla, una brújula que nos ayude a comprender con un poco de distancia los nuevos lenguajes y formas, evitando en lo posible estar inmersos en un océano cuya corriente nos arrastre sin voluntad, adormecidos, desconectados, alienados.